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La luz de los jóvenes de Bolivia ilumina La Hora del Planeta

En Bolivia, La Hora del Planeta dura semanas, incluso meses. Y cada año crece como un ceibo y avanza como una liebre, impulsada por miles de jóvenes que, desde el 2008, han hecho suyo el movimiento mundial que nació el 2007 en Sídney, Australia, como una acción concreta para combatir el cambio climático y restaurar la salud de nuestra casa común.

La oscuridad que dejan los focos apagados ilumina el rostro de los miles de jóvenes de Bolivia que han hecho de La Hora del Planeta una de sus mayores epopeyas. Los 60 minutos en los que las luces de las velas se encienden desde el 2008, cuando empezó a celebrarse en el país el gesto simbólico contra el cambio climático que había empezado un año antes, en Sídney Australia, se han prolongado por horas y días, incluso, por semanas y meses cada año. Ahora, ese llamado a la acción que fue concebido por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), es más que apretar el interruptor para disminuir el uso de la energía eléctrica, si no, es la suma de actividades concretas, de manifestaciones artísticas, deportivas y altruistas que tienen caras y miradas con nombres y apellidos, y se desarrollan bajo el regazo de agrupaciones que —en su gran mayoría— están dirigidas por jóvenes a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, en ciudades capitales, en poblaciones y en comunidades desde donde logran irradiar mensajes que se van replicando como cantos esperanzadores de las aves.
 

Éste es un reportaje que viaje por el territorio boliviano, para mostrar los rostros juveniles que han otorgado a La Hora del Planeta un éxito innegable en Bolivia, una prueba palpable de que la juventud es la chispa que inspira y motiva a preservar nuestro mundo con pasión y determinación.

Las historias anidan en territorios tan maravillosos como Cobija (Pando), donde a los más de 20 niños del 3° curso del nivel primario de la Unidad Educativa Colibrí, les pareció raro que la profesora, Noemí Quispe, ingrese al aula vestida de una polera blanca con un gran número 60 en el pecho. El cuchicheo de los alumnos fue interrumpido cuando a los pocos segundos, siete chicos de la misma edad que ellos ingresaron al curso con poleras similares y pletóricos, con una sonrisa enorme en el rostro. 
 

La profesora pidió a sus alumnos que prestaran atención, porque el grupo de visitantes haría una invitación muy valiosa para sus vidas y para sus familias: “Que participen de La Hora del Planeta”, una actividad en la que podrían aprender las distintas formas de cuidar este hermoso mundo en el que viven y que concluiría con un “apagón” de luces, desde las 8:30 hasta las 9:30 de la noche del 25 de marzo. La condición era que lleven una vela y algún familiar mayor de edad.
 

El sábado siguiente, la cita fue en el pintoresco Parque Piñata, en el corazón de la ciudad de Cobija, Pando, capital del departamento amazónico de Bolivia. Allí, casi un millar de pandinos, se congregaron al finalizar la calurosa tarde, cuando la agrupación Mujeres Conciencia para la Amazonía, coronaron más de un mes de preparación, en coordinación con WWF, que desde 2008 realiza el tradicional apagado de luces en casi todas las ciudades del mundo, con el objetivo de recordar a la humanidad la necesidad de proteger el planeta y el poco tiempo que tenemos para hacerlo.
 

En Cobija, la preparación del evento caminó casi sola. Las participantes de Mujeres Conciencia por la Amazonía, que trabajan desde hace ocho años en la organización, simplemente tuvieron que capacitar a un grupo de niños para que difundan la actividad en las unidades educativas de la ciudad. Mientras tanto, cada institución, en coordinación con la Alcaldía, la Universidad y la Gobernación, hicieron su parte para que esta campaña llegue a las conciencias de casi todos los cobijeños.
 

Claudia Achá, líder de la agrupación de dicha agrupación de mujeres, recuerda que luego del apagón en el centro de Cobija, se vieron algunos resultados. Una semana más tarde, se pudo ver a un grupo de niños del colegio Colibrí —junto a sus padres— soterrando y regando plantines en un área verde del municipio. “Todavía, dentro de mí, creo que podemos hacer un cambio. Una de las estrategias es instruir a los niños, que son los que nos presionan como padres de familia, para poder ejecutar esas acciones en beneficio del planeta”, argumenta Achá.
 

Claudia Achá es docente universitaria en la ciudad de Cobija (Pando), y también es voluntaria de corazón en Mujeres Conciencia para la Amazonía. Desde hace cuatro años colabora en las unidades educativas, especialmente con niños. Con orgullo resalta que ha sumado mujeres al voluntariado, como a la profesora Noemí Quispe, así como a otras damas comprometidas con la defensa del medio ambiente.
 

Además de Cobija, en Bolivia ya son más de 23 ciudades las que se suman —desde el 2008— cada año a La Hora del Planeta. Desde Pando hasta Tarija; desde Santa Cruz hasta La Paz, donde más de 100 grupos de jóvenes, instituciones, empresas y gobiernos municipales y departamentales organizan ferias, talleres, actividades lúdicas, culturales y deportivas, en las que la juventud es la gran protagonista. 
 

En Cochabamba —otro de los centros neurálgicos de La Hora del Planeta— el Distrito Scout de ese departamento trabaja en sus actividades contra el cambio climático, todo el mes de marzo, específicamente desde el día 3, cuando se celebra el Día Mundial de la Biodiversidad, continua con el Día Internacional de los Bosques (21 de marzo), el Día Mundial del Agua (22) y tiene su acto central el último sábado de marzo. 
 

El scout Alejandro Esprella, resalta que participan más de 30 instituciones públicas y privadas, tanto en la capacitación en colegios, caravanas en bicicleta y exposiciones en distintos puntos de la ciudad. Lo dice con mucho entusiasmo, lo dice con un compromiso que se renueva cada año, con cada llegada de marzo, cuando se celebra La Hora del Planeta.
 

Con todo ese apresto, La Hora del Planeta en tierras cochabambinas es un éxito. Se realizan actividades en la Plaza 14 de Septiembre, en EL Cristo de la Concordia y en Quillacollo, por citar algunos lugares, donde se mueven más de 2.000 voluntarios que suman esfuerzo y dedicación. 
 

Los niños y jóvenes scout de Bolivia son el grupo que más se ha apropiado del evento que inició WWF. Esprella, además de ser voluntario en Cochabamba, también es parte de otras organizaciones, como la Plataforma Boliviana de Acción Frente al Cambio Climático, la Cámara Junior Internacional (JCI, por sus siglas en inglés) y ciclista aficionado. 
 

“Más o menos un 70% de mi tiempo útil lo dedico al voluntariado. La Hora del Planeta es un momento para hacer un compromiso, seguir adoptando estos cambios y ver que los chicos sigan participando en estas actividades constantemente”, dice, totalmente convencido de que aún hay tiempo para actuar por el bien de la naturaleza. 
 

Desde otro frente de acción, Patricia López, líder del equipo de ciclistas urbanos, denominado Cero Emisiones, que promueve el uso de la bicicleta y el cuidado del medio ambiente a través de actividades deportivas, fue otra de las voluntarias activistas que lideró un equipo de 30 ciclistas que subieron pedaleando hasta la cima del cerro San Pedro de Cochabamba.
 

La coordinación con la Secretaría de Turismo del Gobierno Municipal de Cercado se prepara para que el último sábado de marzo —cuando se celebra La Hora del Planeta— se inicien las actividades deportivas y culturales y a las 20:30 se proceda con el apagado de las luces y se enciendan las velas que forman el número 60 a los pies de El Cristo
 

“Se ha tenido impactos muy positivos entre toda nuestra comunidad, porque todos trabajamos indistintamente, sean o no parte de nuestros grupos. Ya vemos un cambio y, a partir de eso, nosotros vemos los resultados. Todos los martes subimos a El Cristo y la gente ya no deja su basura, la vuelve a bajar en sus mochilas o bolsones”, pondera Patricia López.
 

A Cindy Veizaga, jefa de Ornitología del Museo de Historia Natural Alcides D’Orbigny de Cochabamba, no solo la mueve su amor por las aves. Desde el año pasado, junto con voluntarios de otras organizaciones, como los scouts y la JCI, planificaron, con anticipación, los 60 minutos más valiosos para el planeta y ya, en el mes de marzo, más de 30 organizaciones realizaron sus propias actividades a lo largo de todo el mes. “Han sido más de 200 personas que se unieron para hacer campañas en El Cristo de la Concordia y en la Laguna Alalay, donde hay muchas personas que van de paseo”, pondera.
 

Así, la Hora del Planeta se ha convertido en una actividad con efectos que ya se sienten en Bolivia. 

 

Al Este del país, en Santa Cruz, alrededor de 400 niños y jóvenes scout están entre los más entusiastas participantes del evento que se realiza en la Manzana Uno y en otros lugares de la ciudad capital, como también en decenas de poblaciones del departamento. Los más pequeños —de 7 a 11 años— expresaron sus ideas para el cuidado del planeta a través de dibujos en papel, mientras que los más grandes salen a las casas y negocios circundantes a la Plaza 24 de Septiembre, para invitar a los propietarios a sumarse al apagado de luces.
 

Laura Silva, miembro del Grupo Scout Argentino Boliviano del Distrito Santa Cruz, destaca que La Hora del Planeta no es una actividad de un día, un mes o una semana: “Es un proceso a largo plazo para nuestras vidas y los scouts son los que van a impactar en su familia y en la sociedad. El mensaje scout es dejar el mundo en mejores condiciones que lo encontramos”, sostiene, con total convencimiento. 
 

Ella, la mitad de su tiempo lo comparte con ser scout y voluntaria. La otra mitad se desempeña como diseñadora gráfica. “Con el tiempo te vas involucrando más. Creo que lo que nos motiva es llegar con un mensaje a los chicos y jóvenes, para que puedan seguir con el cambio”, precisa, a tiempo de mencionar que además tiene a cargo del programa Tribu Tierra a escala nacional.
 

En tierras chiquitanas, José Antonio Orellana, comunicador y voluntario de La Hora del Planeta en Concepción, asegura —con orgullo— que el legado de sus ancestros es la sabiduría para respetar el medio ambiente. Con esa premisa, la organización Juntos por el Medio Ambiente (JUMA), desde 2016 se encarga de escuchar las preocupaciones en relación al cambio climático.
 

“Empezamos con 10 jóvenes la movilización con La Hora del Planeta, porque vimos que era un espacio muy grande a nivel global, para hacer escuchar las voces de los jóvenes desde Concepción. Hicimos una marcha con carteles pidiendo a las autoridades que den un poco te atención a los temas medioambientales y, desde ese espacio pudimos incidir en nuestras autoridades, en las organizaciones, las instituciones y los jóvenes, a que puedan interesarse por estos temas del cambio climático”, enfatiza Orellana.
 

María Fernanda Gutiérrez, Asistente de Comunicación de WWF Bolivia, considera —emocionada— “una locura” haber sido parte de la logística y la organización de La Hora del Planeta en 2023, ya que se puede ver el compromiso que tienen muchas organizaciones. “Este año hemos llegado a lugares que nunca imaginamos, por ejemplo, en Pando fuimos a Porvenir; en el Beni estuvimos en Baures, Riberalta, Trinidad; incluso comunidades indígenas en Bella Vista. También llegamos a Oruro y Potosí, entonces esto demuestra que, la participación de los jóvenes es motivadora, inspiradora; me gusta escucharlos en sus sueños y sus motivaciones”, subraya.
 

Andrea Cabrera, coordinadora de comunicación y marketing de WWF Bolivia, sabe que La Hora del Planeta es un momento de unión para celebrar por todas las maravillas que nos brinda. “Es esa hora magnífica en la que podemos ver cientos, miles de rostros, todos unidos con una misma voz y con un mismo objetivo, que es proteger al planeta”, dice, con una voz que acompaña el compás de los latidos de su corazón que se sienten reflejados en sus palabras.
 

Marcelo Leaños, representante de la Comunidad Juvenil Bolivia, también en Santa Cruz, es un joven que hace seguimiento de La Hora del Planeta desde sus inicios en Bolivia, pero fue en 2019, cuando se lanzó una convocatoria para voluntarios de WWF, que se integró al cien por ciento. “Fuimos capacitándonos y organizándonos, como un grupo de voluntarios para hablar sobre esto. Este año, en la Manzana Uno (Santa Cruz) tuvimos un contacto más profundo y más real con ese movimiento de la gente y de otras organizaciones. Hemos entendido que apagar las luces por una hora significa un llamado al compromiso de la gente para tomar una acción en pro del medio ambiente. Un compromiso de acción para cambiar el planeta”, remarca Leaños.
 

Así también, Leaños, egresado de Administración de Turismo, desde que escuchó hablar del evento, en 2017, empezó a seguirlo y en 2019 ya era voluntario a través de la Comunidad Juvenil Bolivia. “Ahora realizamos talleres previos a La hora del planeta, para dar a entender cuál es el motivo y para qué lo hacemos”, relata con entusiasmo.
 

En Montero, una de las ciudades más activas en La Hora del Planeta en el norte integrado de Santa Cruz, Sofía Ferrufino comparte su tiempo entre el voluntariado por el medio ambiente, el cuidado de los animales y las Damas Salesianas que ayudan en los comedores de niños provenientes de familias de escasos recursos. 
 

“Con mi familia empezamos a preocuparnos por los incendios que cada año afectan a Santa Cruz y ahora nos hemos involucrado en La Hora del Planeta como voluntarios internacionales. Este año lo hemos organizado con el Club de Leones San Antonio, la Alcaldía, las autoridades de Montero, la Universidad y los colegios. El próximo año queremos que participe todo el norte integrado: Yapacaní, Minero, San Pedro”, proyecta Ferrufino. 
 

Paola Paroba, jefa de la carrera de Ingeniería Ambiental de la Universidad Nacional Ecológica, en Santa Cruz, participa activamente de la Hora del Planeta junto a sus alumnos. Las actividades previas fueron muy importantes para el éxito del evento que se realiza cada año en la Manzana Uno y en diferentes lugares de la ciudad. “Con la Feria Verde trabajamos en el intercambio de residuos y pudimos sumarla a las actividades de marzo, cuando pudimos mostrar uno de los proyectos desarrollados por los estudiantes, la Ecobici, una bicicleta que generación energía al pedalear y puede generar luz y cargar un celular”.
 

La Ecobici: símbolo de la creación y la creatividad. Un fruto que es el producto de varios estudiantes. Una muestra tangible que nació a la luz de La Hora del Planeta en Bolivia. 

 

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En el año 2007, surgió un llamado urgente en defensa de nuestro hogar común. La Hora del Planeta, concebida por WWF, emergió como un faro de conciencia a nivel global sobre los estragos y embates del cambio climático. Esta iniciativa, un poderoso movimiento mundial, resonó como un eco en todos los rincones del planeta, convocando a la humanidad a asumir la responsabilidad de preservar la salud de la Tierra y de todos sus habitantes. Fue en la icónica ciudad de Sídney, Australia, donde el 31 de marzo de aquel año se escribió el primer capítulo de esta actividad luminosa. Entre las 20:30 y las 21:30 horas, los monumentos y edificios se sumieron en la oscuridad y la gente en sus casas apagó las luces durante una hora, destellando un gesto simbólico de resistencia al cambio climático que se propagó como un símbolo de unidad en todo el mundo.
 

Actualmente, más de 190 países —entre ellos Bolivia— y millones de personas se han sumado a la campaña que pretende hacer más visible el doble peligro que representan la pérdida de la naturaleza, el cambio climático y las acciones humanas que están destruyendo los bosques. 
 

Para Samuel Sangüeza Pardo, representante de WWF Bolivia, una de las bases de la organización de La Hora del Planeta ha sido la movilización de personas, es decir, voluntarios. “Lo ves en la participación de la ciudadanía, pero también lo ves en que muchas organizaciones, universidades, incluso los Scouts, que ya se han apropiado del tema”, sostiene, a tiempo de afirmar que el poder de este movimiento reside en la apropiación, incluso de organizaciones y gobiernos municipales de todo el país.
 

“Por ejemplo, en Puerto Quijarro o en Trinidad esperan, cada año, La Hora del Planeta. Creo que el resultado, desde el apropiamiento de diferentes sectores, es parte del éxito”, asegura, con orgullo Sangüeza, para afirmar que, sobre La Hora de Planeta, en Bolivia nos ha ido bastante bien. 
 

La Sede de Gobierno no está ausente de la gran celebración. 
 

En La Paz, Cristian Farfán es ingeniero civil y consultor independiente, pero es voluntario de la Comunidad Juvenil de Bolivia. “Este año fui el coordinador departamental con el evento de La Hora del Planeta y trabajamos con un grupo de 15 personas activas en la concientización toda la información que difundimos a la población”, detalla, sabiendo que cada año el interés de los participantes va en aumento. 
 

Por su parte, Montserrat Zapata, implementó por primera vez La Hora del Planeta en el municipio de Viacha de La Paz. Es voluntaria de Comunidad Juvenil y de otras ligadas a la conservación del medio ambiente, pero este año lideró los colectivos que sumaron unos 12 voluntarios, principalmente estudiantes. 
 

Las velas también iluminan desde la capital de Bolivia: Sucre.
 

Edwin Oroza, estudió diseño gráfico y es de Sucre. Para la actividad de marzo se dedica todo su tiempo como scout del Distrito Chuquisaca, responsable del grupo Heimdall. “Siempre planificamos el evento con 50 días de anticipación”, destaca. 

 

Trabajar con tiempo y planificación, para Edwin, es una de las claves que ayudan a que La Hora del Planeta sea un éxito.
 

En la misma ciudad, Sucre, Jonathan Aguilar participa en La Hora del Planeta con la Acción Frente al Cambio Climático, la Cámara Junior Internacional desde hace cuatro años, junto con otras organizaciones juveniles e instituciones aliadas. “Nuestras actividades tuvieron un gran impacto”, expresa, mientras relata que la cita de La Hora del Planeta fue en la Plaza 25 de Mayo, donde se apagaron las luces y se desarrollaron distintas actividades que reunieron a diferentes artistas que demostraron sus talentos y abrieron la esperanza de días mejores. 
 

En Sucre, muchas personas tienen presente el grato recuerdo de que se convocó a la ciudadanía a participar en una marcha pacífica por el medioambiente, y que se realizaron muchas actividades previas que no se borran de la memoria porque, cuando se realizan labores por la naturaleza, esas acciones acompañan por el resto de la vida. 
 

En otro escenario del país, Milenka Almanza, ingeniera de Medio Ambiente y activista por el derecho de los animales, ayuda a que La Hora del Planeta en Potosí irradie sus mensajes de esperanza por el presente y futuro del mundo. 
 

“Este año hemos programado webinars con relación a la importancia del cambio climático. Paralelamente, hemos hecho una caminata. En la Plaza Principal hemos tenido el apagado simbólico de las luces, con la participación de instituciones y artistas, en la que ha participado alrededor de unas 2.000 personas”, subraya.
 

Cuando Milenka habla sobre La Hora del Planeta, su voz —potente como un clarín— irradia una invitación para que toda persona que la escuche, se sume a la comunidad que pone su granito de arena para vivir en un planeta más sostenible. Cada actividad que recuerda, la vive como si hubiera sido ayer.

 

LOS RESULTADOS HABLAN
 

Con el llamado “Una hora por el Planeta, Una hora por la Vida”, Bolivia es parte de esta celebración con más 60 eventos que se organizaron en 24 ciudades. Los resultados son palpables año a año, principalmente cuando se sensibiliza a los niños y jóvenes sobre el rol que tiene cada persona y, sobre todo, cuando inspira a los distintos sectores a realizar acciones para lograr una vida en armonía con la naturaleza.
 

Paola Paroba, por ejemplo, dice que la participación de la Universidad Nacional Ecológica, en Santa Cruz, promueve el uso de la energía sostenible para mitigar los efectos del cambio climático. “Incluso hubo una campaña en redes sociales, en la que han participado unos 600 estudiantes, quienes a la vez en sus familias y hogares realizan el apagado de luces. Si multiplicamos por cuatro, estamos sumando a muchas personas a esa sensibilización”, enfatiza Paroba, que lleva con orgullo el nombre de la universidad donde trabaja. 

 

Para Laura Silva, los resultados son palpables, ya sean en el campo o la ciudad. Los niños de 7 a 10 años son los que están pendientes y observando que no se contamine el medio ambiente, que no se bote la basura en cualquier parte”, señala.
 

Los niños con los que Laura realiza actividades por el planeta, saben que una ciudad limpia no solo es más bonita, sino, también más sana para quienes viven en ella y para sus visitantes. 
 

A su vez, Sofía Ferrufino destaca que, por ejemplo, en un colegio de Turobito (norte de Santa Cruz) se entregó plantines a los estudiantes, con los que se realizan campañas de reforestación. “Como, lamentablemente, cada año continúan los incendios, vamos a los colegios a dar charlas y talleres sobre el medio ambiente. También promovemos el reciclado del plástico entre los estudiantes, incluso ya estamos trabajando con los niños de kínder”, pondera.
 

Para Alejandro Esprella, medir los resultados que arroja La Hora del Planeta cada año, es muy difícil, porque es subjetivo. “Es un compromiso que cada uno asume”, dice, sabiendo que esto es sostenible solo en la medida en que las personas que participan en la Hora del Planeta, hacen su compromiso no solo por ese día, sino, durante todo el año. Recuerda que, por ejemplo, en julio participaron de la Semana sin plásticos, que fue una campaña a nivel nacional dentro de los scouts y que, en septiembre se desarrolló la campaña A limpiar el mundo.
 

Por su parte, Cindy Veizaga indica que son los niños y jóvenes los mayores receptores del mensaje que se da en marzo. “Porque más allá de solamente apagar las luces, es dar ese mensaje de hacer pequeñas acciones que contribuyan al bienestar de nuestro planeta, a la conservación. Hemos visto que hay mucha gente que, a partir de este momento, ya participa de más actividades como el reciclado, la limpieza de las ciudades y cómo cuidar el agua”, resalta.
 

Edwin Oroza también concuerda en que los mayores receptores son los niños y los jóvenes, y se convierten en agentes de cambio en este momento. “Las personas mayores también han aceptado esta etapa de transición del uso responsable de la energía eléctrica, de su consumo, pero los niños y los jóvenes son los que más puede representar este cambio y hacer una medición real”, expresa.
 

José Antonio Orellana va más allá al afirmar que se debe innovar cada año para que el mensaje sea asimilado con firmeza. “Hemos creado diferentes actividades didácticas para que los jóvenes se apasionen por participar, desarrollamos obras de teatro, marchas, carrera pedestre, rutas para poder desarrollar limpieza en diferentes lugares turísticos aquí en Concepción. La plaza (principal), la iglesia y la torre, ya son íconos del apagón”, profundiza.
 

En ello trabaja la agrupación Jóvenes Chiquitanos Unidos por el Medio Ambiente (JUMA), una organización que trabaja con herramientas didácticas innovadoras para poder concienciar a la juventud con respecto al cambio climático y, a la vez, transmitir el conocimiento de la cultura chiquitana, basada en la sabiduría de los abuelos. “Alrededor de 300 jóvenes han pasado por la organización y hoy están dirigiendo organizaciones indígenas que desarrollan otros espacios de incidencia”, asegura, Orellana.

 

HITOS QUE MARCAN EL RELOJ

“Desde sus inicios, La Hora del Planeta ha permitido unir a jóvenes, autoridades, academia y el sector privado en una sola voz. Es una movilización que ha permitido que las personas conozcan no solo lo que está sucediendo en nuestro medio ambiente, sino a reconocer que aún podemos salvar el planeta y toda la vida que alberga”, menciona Samuel Sangüeza Pardo, representante de WWF en Bolivia.
 

Añade que, en el caso de Bolivia, han sido muchos los hitos que se han establecido desde 2008, cuando se inició La Hora del Planeta en nuestro país. “En cada lugar hay historias maravillosas. Por ejemplo, en Puerto Suárez, los jóvenes se identifican con el tema de la arborización y la reforestación. Así, en todas las regiones esperan La Hora del Planeta como una fecha para hacer su parte.
 

Y una palabra clave es el empoderamiento. Natalia Ramírez, oficial de Gestión de Marca y Contenido de WWF Bolivia, profundiza que la campaña ha cobrado fuerza debido a que las personas se han empoderado del tema medioambiental y ahora lideran sus propias actividades y se plantean sus propios objetivos.
 

 “Hemos retomado el mensaje que tiene La Hora del Planeta, que en algún momento se había diversificado por la cantidad de instituciones que participan, pero creo que este espacio es de unión, donde celebramos el planeta, pero también nos hacemos conscientes de lo que podemos hacer juntos todavía. Hemos sido capaces de darle la posta a los jóvenes y han tenido la confianza de recibir La Hora del Planeta como un evento suyo”, dice Andrea Cabrera.
 

“La naturaleza y el ser humano deben prosperar juntos”, reflexiona Samuel Sangüeza Pardo sobre la importancia de esta actividad que es tan universal como boliviana. Él cree que el punto de partida es esa visión y no la naturaleza contra el ser humano, o el ser humano contra la naturaleza. “Alrededor de esa “idea—fuerza” es que La Hora del Planeta va seguir cumpliendo su rol, la población va seguir creciendo y creo que la campaña en las ciudades debe tener más fuerza”, sostiene con solvencia cada una de sus palabras.
 

Según datos que esgrime WWF, para el año 2050 Bolivia tendrá 16 millones de habitantes, de los cuales, el 80% va vivir en las ciudades. “En ese contexto, la cruzada va seguir fortaleciéndose y van a haber más grupos que van a trabajar con acciones inspiradoras”, pronostica. 
 

Milenka Almanza, testigo de que realizar actividades en favor del medio ambiente en Potosí, es un gran reto, ya que la actividad minera está muy arraigada desde hace varios siglos. Como colectivo, informa que se trabaja en temas de investigación para lograr un impacto positivo. “Muchas veces, la población tiende a la defensa de los empresarios mineros, so pretexto, por ejemplo, del derecho del trabajo. Pero ese derecho es de pocos, frente al de los demás: medio ambiente sano, protegido y equilibrado”, apunta.
 

Milenka Almanza, quien ha sido testigo de los esfuerzos por promover actividades a favor del medio ambiente en Potosí, reconoce la profunda tradición minera que ha prevalecido durante siglos en la región. Como colectivo, destacan que están centrados en investigaciones que buscan armonizar la actividad minera con un impacto ambiental positivo. 
 

Marcelo Leaños apunta a que ese cambio de conciencia colectivo ya se está palpando en las nuevas generaciones, por lo que buscan tener una acción y, al enterarse de esto tipo de espacios, como La Hora del Planeta, contribuye a ese cambio. “Es muy difícil tener una vida que no genere impacto, pero cada año puedes ver eso: gente que está viendo que puede cambiar y mejorar. Es un llamado al compromiso para todos”, considera.
 

Para Natalia Ramírez, las personas creen en la campaña de La Hora del Planeta porque son testigos de importantes avances en las acciones para tener un mundo mejor. Detalla que, actualmente, trabajan 160 organizaciones, sobre todo de colectivos juveniles, pero también están los gobiernos municipales y departamentales que apoyan cada año. “Tenemos también empresas del sector privado, apoyando la socialización de los contenidos, pero también patrocinando la campaña, comprometiéndose a tener procesos más sostenibles”, profundiza.
 

Andrea Cabrera, resalta: “En los últimos años hemos notado a los jóvenes más comprometidos, más interesados ​​en saber qué más pueden hacer y, en varios casos, incluso empresas están implementando muchas cosas que vale la pena mencionar, como las que han implementado sistemas solares dentro de sus edificios, o las que ya tienen programas internos de reducción de consumo de plásticos o de papel”.
 

Los testimonios de todas estas personas que son guardianes del planeta, suenan al unísono, como si estuvieran entonando una sola melodía que acompaña las acciones por un mundo que debe ser salvado ahora que todavía hay tiempo. 

 

APOSTAR POR LA ESPERANZA

La pérdida de biodiversidad y los impactos del cambio climático están poniendo en riesgo al planeta. Los bosques están siendo destruidos a un ritmo alarmante, particularmente en los trópicos. Según datos de WWF, el área global de cobertura forestal es solo el 54% de lo que era en los inicios de la civilización. 
 

En el último reporte publicado por el Instituto Mundial de Recursos, Bolivia está en el tercer lugar de los países con mayor pérdida de bosques primarios en 2021, con 291.379 hectáreas deforestadas durante ese año, marcando un récord histórico para el país. Por su parte, el Informe Planeta Vivo (IPV) 2022 de WWF, reveló una disminución promedio del 69% en las poblaciones de vida silvestre monitoreadas de 1970 a 2018. América Latina y el Caribe presentó una disminución promedio del 94%.
 

Con estos datos, ¿existe esperanza de revertir la situación? Los voluntarios de La Hora del Planeta creen que sí o, por lo menos, hay esperanza de alargar la vida de nuestra casa Tierra. Montserrat Zapata, quien vive en un municipio industrial como Viacha, ve a diario que la contaminación atmosférica y del agua avanza indiscriminadamente y no hay legislación que frene los efectos. 
 

“Considero que existe una esperanza. Es por eso que me encuentro con muchos movimientos juveniles para realizar estos cambios y poder aportar desde donde me encuentre. He encontrado respuestas positivas de autoridades que están en diferentes municipios, nos han escuchado y se han podido realizar acciones conjuntas con la población”, pondera, aunque considera que es necesario más trabajo con las juntas vecinales, por citar un ejemplo.
 

Alejandro Esprella también entiende que, a pesar de que el camino es bastante complicado y lleno de obstáculos, es posible cambiar. “Todo tiene que empezar por uno mismo y con el ejemplo. Creo que, principalmente, falta el tema de la educación, porque hay muchas leyes en el país que no las aplicamos”, exterioriza. 
 

“Sí, yo tengo mucha fe en que pueden cambiar las cosas. A mí me emociona mucho, por ejemplo, cuando hago talleres sobre el cuidado del medio ambiente, entonces, me gusta transmitir la importancia de las aves, en qué nos benefician, y su cuidado como seres vivos. Me emociona ver a los niños que captan el mensaje, lo que me hace sentir muy, muy bien”, sostiene Cindy Veizaga.
 

Mientras tanto, Cristian Farfán puntualiza que hay una razón por la cual es voluntario, y es el cambio que puede aportar. “Yo tengo la idea que actualmente es difícil hacer el cambio, pero para revertir eso estamos educando, brindando información valiosa a los niños y a los jóvenes. Ellos van a ser los futuros líderes del país y van a tener esa idea de que debemos cuidar el planeta, a través de ellos se podrá tener un cambio más estructural.
 

Ofrecer oportunidades de liderazgo que empoderen a los jóvenes para crear un cambio positivo, es la proposición que tiene Jonathan Aguilar para los jóvenes de Sucre. Considera que, a través de la JCI, existen diferentes espacios, sobre todo en el área de emprendimiento, y a través de La Hora del Planeta, se pueden forjar articulaciones con otras organizaciones e instituciones que van por un mismo objetivo. Pero el mensaje es el mismo: “Que podamos cuidar nuestro planeta. Estamos enfrentando una crisis climática que, en años anteriores la descuidábamos, pero este año, con las acciones que hemos implementado, se pueden replicar para otras generaciones”.
 

“Mi respuesta es contundente y es un sí”, dice Milenka Almanza ante la pregunta sobre si le sobran las esperanzas por un mundo mejor, por lo menos ambientalmente. “Porque de lo contrario, nuestras luchas no tendrían un norte. Yo sé que en el proceso existirán obstáculos y muchas personas que se van a oponer o que no van a apoyar, pero considero que sí se puede y la idea para eso es aunar esfuerzos, hacer sinergias, alianzas y buscar mecanismos de financiamiento”, señala.
 

¿Qué falta? Es la pregunta para Paola Paroba, quien inmediatamente responde: “Más acciones que vengan de parte de nuestros gobiernos municipales y nacionales, para que podamos cumplir con nuestros objetivos y centrarnos en ellos para que en realidad funcione”. 
 

Cada marzo, en todos los lugares de Bolivia donde se celebra La Hora del Planeta, la vela que cada una de las miles de manos sostiene, como pequeñas antorchas en la oscuridad, simboliza la promesa compartida de preservar la belleza que nos rodea. Así, entre sombras y destellos de luz, las ciudades, los pueblos y las comunidades rurales se sumen en el "mejor de los apagones" que pueda existir en este mundo. En ese instante eterno, mientras las estrellas titilan en el firmamento y la luna se alza como testigo, la esperanza se eleva como un canto en el corazón de cada participante. Una comunión de almas comprometidas con la tierra que llaman hogar, dispuestas a escribir, con la tinta de sus acciones, un futuro donde la luz de la conciencia ilumine el camino hacia un mundo más verde y más puro.

 

WWF
La luz de los jóvenes de Bolivia ilumina La Hora del Planeta